jueves, 4 de noviembre de 2010

CAPITULO XVIII: ¿FANTASIA?

- ¿Pero como no me dijiste antes?, ¿por que te vas?, ¿con quien te vas? - Me voy con Gabriel a vivir allá. – hubo un silencio profundo, ni siquiera respiración se oía. Sus ojos se llenaron de lágrimas, me abrazó. Me sorprendí, me quedé con las manos en el aire y lo fui abrazando lentamente, luego se apartó un milímetro, se puso a mi altura y lo tenía tan cerca que sentía la calidez de su aliento en mi boca, cada vez entendía menos ese amor por mi y todo lo que yo estaba sintiendo por él. . - Discúlpame que este así, que me ponga así y te haga pasar por esto. Pero yo se que tu sientes lo mismo por mi, lo presiento. No me dejes solo. Te necesito – lo separé de mi lado, con el seño fruncido como muestra de incredulidad. – Ven conmigo – me quedé observándolo, di media vuelta, cerré la puerta de mi casa, al voltearme nuevamente, sonrió satisfecho, me tomó de la mano y me llevó hacia el auto. Me hizo subir amablemente, yo estaba realmente loca, había pasado todos los límites. Estaba paranoica hasta hace no menos de unos minutos, le había prometido a mi hermano de que no saldría y de repente, me estaba subiendo con aquel hermoso extraño a su auto rumbo a algún lugar que no sabía. Ahora si que había llegado al borde de la locura. Nos pusimos el cinturón, prendió el motor y la camioneta empezó a rodar. No hablamos en todo el viaje, me estaba llevando a su casa por lo que parecía, era el mismo camino por lo menos. - ¿Por qué me llevas a tu casa? - No lo hago.- Lo miré extrañada y preocupada. No paró en su casa, tal como había dicho, siguió y fuimos al mismo lugar donde había estado antes con Gaby, y donde luego vino él. Paramos, nos bajamos y me quedé allí mirándolo mientras se adentraba en el bosque negro. – No tengas miedo, ven – se dio vuelta y me miró mientras subía la mano para que tuviera confianza y fuera con él. Su rostro igual de amable que la primera vez que lo vi. Caminé hacia el sin miedo y tomé su mano. Nos introducimos en el bosque, me soltó la mano y se sentó en la orilla de la laguna. Me senté junto él. Nos quedamos en silencio mientras esperaba que él me dijera que estábamos haciendo allí y porque estaba tan desesperado porque yo no me fuera. - No te asustes, te voy a mostrar algo que quiero que veas, no se como irás a reaccionar, solo recuerda que no te voy a hacer ningún daño. Te lo prometo.- Se levantó se puso de espalda a mi, de frente a la luna la cual estaba casi llena, y media baja. Temblé, no sabía que iba a suceder, por lo menos lo que hiciera era lejos de mí. Siguió mirando hacia delante, mientras yo miraba como su cuerpo se hundía en la luz de la luna, tan hermoso. – no te asustes. - ¿Por qué lo repetía tanto? Me asustaba más. – Pase lo que pase no te muevas de ahí, no quiero que te acerques – esto era muy raro, pero sin embargo no tenía miedo. Se quitó la remera y empezó a moverse como si estuviera teniendo convulsiones, me quise parar para ayudarlo pero recordé lo que me dijo y me quedé sentada tal cual estaba. Se inclinó hacia delante un par de veces, yo estaba allí mirándolo, preocupada, ansiosa y curiosa. ¿Me tendría que levantar? Luego se puso extremadamente derecho y miró hacia arriba, me hizo recordar a Leeloo en la película Quinto Elemento cuando le sale la luz de la boca para poder romper en mil pedazos al meteoríto que viene a destruir la tierra gracias al amor. Susurró algo que no pude escuchar, su espalda empezó a moverse por si sola, esta vez si me asusté, pegué un salto levantándome y me moví un paso hacia atrás. El seguía allí parado muy recto, algo parecido a dos pelotas se movían de un lado para el otro en su espalda. Estaba totalmente espantada, quería correr, pero algo me decía que no estaba en peligro, el me lo había prometido, no me iba a hacer daño. Largó un grito de dolor y algo salió rápidamente de uno de esos huevos, y enseguida salió lo mismo del otro. Mis ojos se abrieron como nunca, eran dos alas, dos alas blancas, hermosas, que a la luz de la luna eran aún más bellas. Calló al suelo de rodillas, agitado y cansado, intenté correr, pero él se dió cuenta y me paró con la mano. Luego se puso de pie, se dio vuelta y me miró. Sus ojos estaban llorosos, su cara rojiza y sus alas gigantes aún abiertas de par en par. No quería correr, estaba extrañamente segura allí donde estaba a pesar de todo. Me quedé inmóvil observándolo a él y a sus alas, una y otra vez, se acercó hacia mí muy despacio con miedo de que yo reaccionara y corriera, pero yo estaba allí todavía. Me acercó la mano para que la tomara en signo de paz, yo no me moví, estaba muy cerca de mí. Levantó esta vez las manos para tomarme el rostro, pero reaccioné, di un paso hacia atrás, me largué a llorar, el se quedó donde estaba. Pasaron unos minutos y me fui acercando a él. - ¿Quién eres? – fui yo quién le tomó el rostro y lo miró a los ojos esta vez. - Tú lo sabes. - Esto no puede ser, es imposible. – le quité las manos de encima, volví a dar el paso hacia atrás, esto no podía estar pasando, no era real. Moví la cabeza de un lado hacia para despertarme de ese sueño, pero nada pasó. - Alma, es verdad. Yo se que es muy duro y casi imposible de entender o creer, pero es verdad. Soy lo que crees. Y soy tuyo. - ¿De qué hablas? ¿Mío? – lo volví a mirar, seguía con sus alas allí pero no las tenía abiertas, las tenía semi-cerradas y su rostro era muy triste. Pero aliviado de alguna manera. - Vine por ti. – cerré los ojos. – estoy aquí para cuidarte – largué una carcajada, no estaba creyendo lo que me decía, no paraba de reírme. Estaba totalmente fuera de mí, debería de estar enloqueciendo. Mi fantasía e imaginación me estaban jugando una tremenda mala pasada, y me sumergí en una inconciencia profunda, solo sentí la caída, luego de eso no recuerdo más nada; solo cuando me desperté y estaba otra vez en el cuarto aquel lleno de colores.

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