martes, 8 de junio de 2010

CAPITULO 1: ADIOS ANTICIPADO

Hace días que me sentía un poco inquieta y triste, la ida de mi madre en viaje de negocios lo había acrecentado mucho más, la extrañaba muchísimo.

Su trabajo de Ingeniera de Sistemas siempre consistió un gran alejamiento entre nosotras, estrictamente hablando de distancias, no de confianza y amor; esto es debido a que trae consigo viajes demasiado a menudo. Esta vez destino, París. A pesar del supuesto acostumbramiento que tendría que tener sobre esto, nunca me pude adaptar a sus nuevas partidas; a pesar de todo estaba muy orgullosa de ella, se lo merecía. Siempre fue mi pilar, y nunca puedo hacer mucho sin antes saber su opinión. Siempre me maravillé de su sentido de la responsabilidad, pero sin pasarse de la raya, esa justa línea perfecta; de pequeña siempre hice un intento de copiar sus movimientos; debo confesar, me volví un poco como ella desde ese punto de vista, aunque mi mejor amiga Florencia se encargó de que yo de ves en cuando vuelva a mi época infantil.

A pesar de todo, mi madre siempre se tomó el trabajo de que yo no me sintiera más responsable de lo que debía, esto era porque mis hermanos a pesar de ser más grandes que yo, parecían más pequeños; y cuando ella no estaba, yo me sentía la “niñera” de esos dos niños grandes, haciendo todo tal cual mi madre.

Mi sentimiento de angustia también se acrecentaba un poco más debido a eso mismo, de que me tenía que quedar con mis hermanos. A pesar de que los amaba, no me dejaban de fastidiar y me trataban como a una niña chiquita, vaya ironía; la que tiene que volver a las once de la noche en punto, no puede tener novio y no debe de salir con ropa corta, ni nada que se viera más piel que la de mi frente y mis manos, y como no hay otra opción mis ojos.

Manuel era el peor, sus celos llegan a fastidiar hasta al Dalai Lama. Por un lado tiene sus propias razones, mi novio Gabriel había sido su amigo; bueno, seguía siéndolo, pero con algo de frialdad, Manuel le tenía rencor por haberse fijado en mí y por ser 5 años mayor que yo. Lo sufrimos, pero poco a poco fue cediendo, aunque no del todo.

Su complexión exagerada, con aquellos músculos y altura, hace deleitar sus ojos a cualquiera, ya sea por envidia, por miedo, por expresión de “que tipo exagerado, ¿para que tanto?”, por admiración o por ganas de tirársele encima, todo eso por no faltar ni un solo día a lo que yo llamaba su “Iglesia”, el gimnasio. Atraía a cuanta mujer se le pasara por enfrente, no solo por sus “anatomía muscular”, sino también porque era muy guapo y tenía tan solo 24 años, el parecido físico a nuestro padre era inevitable.

Lo malo de todo esto es que cambia de chica, como cambia de blusa, y todas mis amigas enloquecen por el automáticamente se les aparece en frente, a no ser claramente por Flor, la cual está enamorada platónicamente de Emiliano. El menor, el de 20; al contrario de Manuel, Emiliano era flaco, con pelo largo, muy parecido a mi y a mamá, nadie dudaría de que éramos familia; tocaba la guitarra, un “hippie” perdido; sus celos no se comparaban con los de Manuel ni un poco, pero estaba aprendiendo a serlo de tanto escuchar a Manuel diciéndole, “cualquier chico puede abusar de la bondad de nuestra hermanita y de su despreocupación por el peligro”.

El tranquilo Manuel quién no había pasado una buena última historia de amor, luego de estar demasiado triste para mi gusto, sabía que miraba ahora a Flor con un poco de ternura, quizás algo estaba naciendo ahí, mi hermano y mi mejor amiga, era una idea que me alegraba. Aún más sabiendo que se necesitaban mutuamente.

Mi tristeza era proveniente de mi preocupación y mi malestar, porque me estaba dando cuenta de que algo malo pasaba en mi relación con Gabriel, o en realidad a mi me pasaba algo malo.

El era un hombre teóricamente perfecto. No solo físicamente, sino espiritualmente. Alguien con un gran corazón, humilde, fiel, con gran cultura acerca de muchísimas cosas, lo que me hacía admirarlo sanamente y me hizo fijar en el. Estaba terminando su tesis para Filosofía, y con un gran promedio.

Sus ojos negros, grandes y hermosos, me dejaban totalmente sumergida como en un nirvana; su altura era considerable, le llegaba a mi hermano por poco, pero para mi falta de tamaño cualquier cosa era alta, su cabello castaño claro sedoso, desporlijo y largo al mejor estilo Kurt Cobain. Una voz escandalosa, pero tierna y suave que podía tranquilizar hasta el más loco gritón. Yo siempre me pregunté, ¿qué había visto en mi?.

Mi persona era totalmente simple, mis ojos marrones claros, mi pelo castaño oscuro, un poco de bucles en mis puntas. No fea, pero tampoco una modelo de televisión; no tengo nada que llame la atención. Yo a penas estudiaba Literatura, estaba en mi segundo año.

Quería decirle que las cosas no marchaban como yo esperaba, que la culpa era mía, que yo lo amaba pero de otra manera y que quería estar sola un tiempo, pensando en lo que realmente quería para mi vida. Pero que el no tenía la culpa de nada, que solamente era yo la que pensaba todo esto y que no podía llevar una relación como el merecía.

¿Pero como decírselo? Estaba un poco confundida, nerviosa, insistente conmigo misma, loca, tan pero tan descarrilada, que no sabía ni que decir, pensar o hacer. Pero fui, me lancé. Toqué su timbre. Quise correr, pero era demasiado tarde. La puerta se abrió. Apareció su madre Margarita, dulce como siempre, pidiéndome que entrase pero me negué, le pedí que lo llamara y allí fue dándose cuenta de que algo pasaba, lo que me puso aún más nerviosa.

Gabriel salió tranquilo, aunque luego de besarme como siempre se dió cuenta de que algo andaba mal, le pedí para que hablásemos y fuimos hacia la plaza más cercana. Mis nervios no se podían disimular, lo miraba tristemente. Y luego de unos segundos me negué a lastimarlo, pero no podía ser egoísta y le dije lo que tenía en la mente, pero un poco más sutil, lo entendió, aunque luego de preguntarme que era lo que había hecho mal, me sentí terrible, era tan perfecto para mi, ¿qué rayos pasaba conmigo?; me prometió que me iba a esperar, luego del momento, me pidió un último beso y no me pude negar a aquellos ojos encandilantes, luego decidí irme a mi casa a pasar el tiempo.

No había nadie. Me alegré. De lo contrario tendría un cuestionario por parte de mis hermanos, por el cual no quería pasar. Me encerré en mi cuarto, abrí la ventana, me senté en el borde de la cama y me eché a llorar. A la hora, cuando ya no tenía fuerzas para nada, oí la puerta de entrada y a las risas de mis hermanos que contrastaba con mi estado de ánimo, así que preferí recostarme y hacerme la dormida.

Me sentí aliviada. de que creyeran que dormía, no tenía que inventarle historias a nadie sobre mi cara de muerte, y ellos no iban a lastimar a Gabriel, pensando que el era el culpable, sobre todo Manuel que inventaba excusas para enojarse y poder herirlo solo por despecho.

No me di cuenta en que momento me quedé dormida, solo se que me desperté y tenía en mi sillón a Manuel, mirándome. Salté de un golpe. -¡Manuel!- gruñí medio enojada y asustada – ¿cómo vas a estar ahí mirándome? ¿Me quieres matar de un susto?

- Solo estaba esperando que te despertaras. Cinco minutos más y te hubiera dado unas palmadas para que te despertaras. Hace mucho que estas durmiendo, había creído ya que no te ibas a levantar más. – me dijo con más cara de curiosidad, que de preocupación.

- No te preocupes, ahora no solo estoy viva, sino enojada y con miedo. Muchas gracias Manuel – mi sarcasmo no le afectó ni un céntimo.

Miré el reloj. Y realmente había dormido mucho, ya era otro día. Doce horas seguidas. A pesar de mi sorpresa, me sentí cómoda con ello. Estaba tranquila y un poco más aliviada. Era como si todas esas lágrimas y el descanso mental, hicieran de mí una persona nueva. Mejoré demasiado rápido. Eso no me hizo feliz tampoco, reforzaba mi idea de que no amaba tanto a Gabriel como lo hubiera pensado. Por suerte era día de paseo de experiencia en la facultad, eso me iba a despistar un poco más, por si mi conclusión anterior no fuera tan real y solamente había sido un momento de tranquilidad. Me preparé mi bolso, me di un baño, me vestí y saludé a mis hermanos los cuales no estaban tan felices de que yo me fuera así, sin explicarles porque de mi noche de bella durmiente.

- ¿Por qué tanta dormida Alma? – preguntó Emiliano mientras embutía un refuerzo de apuro para no llegar tarde al trabajo.

- Por nada, simplemente estaba cansada y hoy voy a tener un largo día. ¿Ya no puedo dormir tampoco? ¿Me lo van a prohibir? Manuel me miró enojado y Emiliano confuso. Pero hoy no estaba dispuesta a tolerar nada proveniente de ellos, tenía suficiente en mi mente.

- Suerte hoy, vuelvo tarde, no me esperen. – me fui prácticamente corriendo

- ¿Cómo que volvés tarde? A dónde vas? – con cara de pocos amigos refunfuñó Manuel.

- ¿Recuerdas que tengo el paseo de experiencia en la facultad? ¿O ya te olvidaste?- ya estaba cansada de sus berrinches. No me respondió, y volvió la mirada. Me concentré en ir hacia mi auto y dirigirme a la facultad.

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