En algún momento sin darme cuenta caí en la inconciencia, me desperté luego para descubrir que todavía era noche. Miré el reloj y era casi de madrugada. Me preocupé, nunca jamás me despertaba en el medio de la noche, lo normal era que durmiera profundamente hasta que sonara la alarma. Debería ser mi conciencia.
Me levanté, fui hacia el baño muy cuidadosamente para que Manuel no se despertara, me duché a ver si de esa manera me tranquilizaba un poco, tomé la toalla y me envolví en ella. Me fui a mi cuarto, me vestí con unos deportivos y me marché hacia el garaje para subir a mi auto, e irme a algún lugar. Todo lo hice lentamente esperando que amaneciera; no sabía a donde podía ir a las siete de la mañana. Manejé hacia el pueblo, fui al bar de siempre y tomé un café esperando que las horas pasaran. Ya eran cerca de las 9 cuando sonó el celular al subir al auto para volver a casa, era Manuel, debería de estar preocupado preguntándose a donde me había ido tan temprano. Pero no atendí, no tenía ganas de explicarle nada. Le mandé para decirle donde estaba.
Pensé muchas veces en ir a lo de Gabriel, se iba a ir hoy, quería por lo menos despedirme. Otra vez. No quería dejarlo ir, pero tenía aguantarme, ya lo había lastimado bastante.
Volvió a sonar mi celular, pero esta vez me quedé boquiabierta, era Gabriel. Habría leído mi mente seguramente, él y yo siempre tuvimos una especie de telepatía. No sabía si atender, dudé, pero atendí.
- Gabriel – le dije rápidamente.
- Alma, ¿qué haces levantada a esta hora?
- ¿Cómo? ¿Qué es esa pregunta? ¿Cómo sabes que yo no estaba durmiendo y me despertó el celular?
- Jamás me atendiste cuando te llamaba a esta hora, nunca fuiste buena para despertarte con ruidos como estos, dormís con una piedra.
- Entonces ¿por qué me llamaste si sabías que no te iba a atender?
- Pensaba dejarte un mensaje de voz, no pretendía realmente hablar contigo ahora.
- Entonces llámame de nuevo y me dejas un mensaje de voz, así no tenés que escucharme, o me hubieras mandado un mensaje y listo problema resuelto – hablé enojada, totalmente egoísta de mi parte, no era suficiente lastimarlo, sino ahora por una tontería lo iba hacer sentir culpable.
- No Alma, sabes que no me gusta el trato tan impersonal; yo quería que fuéramos a almorzar juntos. Por eso te llame, eso te iba a dejar en el mensaje.
¿Almorzar conmigo? Entendía que se iba a ir lejos y no sabía cuando podíamos volver a vernos, pero creí que lo de ayer era un adiós más sano y no querría lastimarse más. Era masoquista. No pude decirle nada. - Quería pasar contigo antes de irme, se que las cosas no son fáciles y que quizás sea incómodo para vos, y para mi. Pero sino quieres solo dilo, de todas maneras no nos vamos a ver por un buen tiempo. Así que preferiría tener un último encuentro; se que suena demasiado melancólico y dramático. Pero es lo que me gustaría, como última petición y si vos estas obviamente de acuerdo.
No estaba realmente tan sorprendida después de todo; pensando un poco en como él era, me tendría que haber imaginado que esto iba a pasar.
No pude hacer otra cosa que aceptar, decidimos encontrarnos a las doce y media en el bar de siempre, estaba contenta pero confusa, aquello había sido demasiado para mi, yo no me merecía que pasara ese tiempo conmigo, pero si era lo que el quería y le haría bien, yo no me iba a negar, también me gustaba la idea.
Volví a casa. Sabía lo que me esperaba, mi hermano ahí, enojado, preocupado y con ganas de no dejarme ir a ningún lado. De todas maneras, como siempre no le iba a prestar atención, ya eran las diez treinta, me quedaba un tiempo todavía para despachar a mi hermano.
Abrí la puerta suavemente, quizás tenía suerte y se había vuelto a acostar, después de llamarme unas diez veces más mientras venía para acá.
Pero no, yo no iba a tener tan buena suerte, y menos cuando realmente la necesitara.